Charles Spencer Chaplin

Fue un escritor, guionista, director, editor y productor de cine, compositor, humorista, actor británico, judío y Masón. Tuvo una obra prolífica dentro de la cinematografía realizando más de 80 películas; ganó el Oscar en tres ocasiones y fue nominado a reconocimientos en muchas oportunidades, siendo quizás los más relevantes la nominación a Premio Nobel de la Paz y su nombramiento de “Caballero Comendador de la Excelentísima Orden del Imperio Británico”.

El innegable genio de Chaplin, se resistía obstinadamente a realizar películas con sonido, siendo para los años treinta, el único cineasta que seguía haciendo cine mudo luego del frenesí despertado dentro del ambiente por el cine sonoro. Y no fue hasta el año 1939 coincidiendo con el inicio de la segunda guerra mundial, que Charles Chaplin se decidió a filmar su primera película sonora, titulada “El Gran Dictador”.

En la película, un soldado judío del ejército de la nación ficticia de Tomania y barbero de profesión (Charles Chaplin), le salva la vida al oficial Schultz ayudándole a escapar en su avión, sin embargo sufren un accidente y el avión se estrella. Ambos sobreviven, pero el soldado pierde la memoria. En ese momento llegan unos médicos que anuncian a Schultz que la guerra ha terminado y Tomania había perdido la guerra. Veinte años después, el soldado, todavía amnésico, escapa del hospital en el que ha permanecido todo ese tiempo y regresa a su ciudad, donde abre de nuevo su antigua barbería ubicada en el ghetto judío, ignorando que los tiempos han cambiado. El país es ahora gobernado por el despiadado dictador “Adenoid Hynkel” (parodiando a Adolf Hitler). Gobierno en el cual existe una brutal discriminación contra los judíos. El símbolo del régimen de Hynkel es la "doble cruz" (parodiando a la esvástica nazi).
El barbero, inconsciente del ascenso de Hynkel al poder, se sorprende cuando las fuerzas armadas pintan la palabra "judío" en las ventanas de su local. Una de las habitantes del ghetto, la bella Hannah, defiende al barbero cuando es acosado por los miembros de las fuerzas de seguridad. Ambos se enamoran y deben sufrir los atropellos de la dictadura. Sin embargo Schultz, que ahora ocupa un alto cargo en el gobierno de Hynkel, reconoce al barbero y ordena a las tropas que no molesten a los habitantes del ghetto. Hynkel tiene planeado invadir Osterlich, el país vecino, y necesita un préstamo para financiar la invasión. Cuando el banquero judío se niega a darle el préstamo, Hynkel reanuda e intensifica la violencia contra los judíos. Schultz, protector de estos, muestra su rechazo al programa y Hynkel, considerándolo un traidor y un defensor de la democracia, ordena que sea enviado a un campo de concentración. Schultz huye y se oculta en el ghetto. Las fuerzas de asalto atacan el ghetto y el barbero y Schultz son finalmente enviados al campo de concentración.

Hannah y los habitantes del ghetto huyen hacia Osterlich, pero al poco se inicia la invasión desde Tomania y se encuentran de nuevo viviendo bajo el régimen de Hynkel. El barbero y Schultz escapan del campo disfrazados con uniformes de Tomania. Los guardias fronterizos confunden al barbero con Hynkel, con quien tiene una apariencia casi idéntica. Mientras que Hynkel es confundido con el barbero y detenido por error por sus propias tropas. El barbero, bajo la identidad de Hynkel, es conducido a la capital de Osterlich para dar un discurso sobre el inicio de la conquista del mundo. Garbitsch (parodiando a Goebbels), al presentar a "Hynkel" a la multitud, decreta la anexión de Osterlich a Tomania, la anulación de la libertad de expresión y el sometimiento de los judíos. Sin embargo, el barbero hace un discurso conmovedor en contra de las políticas antisemitas de Hynkel y declarando que Tomania y Osterlich se convertirán en naciones libres y democráticas. Así también, hace una llamada a la humanidad en general para acabar con las dictaduras y usar la ciencia y el progreso para hacer del mundo un lugar mejor.
A continuación, el discurso final de la película “El Gran Dictador”:
—Tienes que hablar.
—No puedo.
—Debes hacerlo, es nuestra única esperanza.
—Esperanza... Lo siento, pero no quiero ser emperador. Ése no es mi oficio. No quiero gobernar ni conquistar a nadie. Sino ayudar a todos, si fuera posible, judíos, gentiles, negros o blancos.
Tenemos que ayudarnos unos a otros; los seres humanos somos así. Queremos hacer felices a los demás, no hacerlos desgraciados. No queremos odiar ni despreciar a nadie. En este mundo hay sitio para todos. La buena tierra es rica, y puede alimentarnos a todos.
El camino de la vida puede ser libre y hermoso, pero nos hemos perdido. La codicia ha envenenado las almas, ha levantado barreras de odio, nos ha empujado hacia la miseria y las matanzas. Hemos progresado muy deprisa, pero nos hemos encarcelado a nosotros mismos.
Las máquinas que crean la abundancia, nos dejan en la necesidad. La ciencia nos ha hecho cínicos; nuestra inteligencia, duros y secos. Pensamos demasiado y sentimos muy poco. Más que máquinas, necesitamos humanidad. Más que inteligencia, tener bondad y dulzura. Sin estas cualidades, la vida será violenta y se perderá todo.

Los aviones y la radio nos hacen sentirnos más cercanos. Pero estos inventos exigen bondad humana, exigen la hermandad universal que nos una a todos. Ahora mismo, mi voz llega a millones de seres en todo el mundo, millones de hombres, mujeres y niños, víctimas de un sistema que hace torturar a los hombres y encarcelar a gentes inocentes.
A los que puedan oírme les digo: No desesperéis. La desdicha que padecemos, no es más que la pasajera codicia y la amargura de los hombres que temen seguir el progreso humano. El odio de los hombres pasará, y caerán los dictadores y el poder que le quitaron al pueblo volverá al pueblo. Y así, mientras el hombre exista, la libertad no perecerá.
¡Soldados! No os rindáis a esos hombres que os desprecian, os esclavizan, que rigen vuestras vidas y os dicen lo que tenéis que hacer, pensar o sentir. Os barren el cerebro, os ceban, os tratan como a ganado y como carne de cañón. No os entreguéis a estos individuos inhumanos, hombres-máquinas, con cerebros y corazones de máquinas. ¡Vosotros no sois máquinas! ¡No sois ganado! ¡Sois hombres! ¡Lleváis el amor de la humanidad en vuestros corazones! ¡No el odio! Sólo los que no aman odian, y los que no aman son inhumanos.

¡Soldados, no luchéis por la esclavitud, sino por la libertad!
En el capítulo 17 de San Lucas se lee: “El Reino de Dios está dentro del hombre”. No de un hombre ni de un grupo, sino en todos. ¡En vosotros! Vosotros, el pueblo, tenéis el poder. El poder de crear máquinas, de crear felicidad. Vosotros, el pueblo, tenéis el poder de hacer esta vida libre y hermosa, de convertirla en una maravillosa aventura.

En nombre de la democracia, utilicemos ese poder actuando unidos. Luchemos por un mundo nuevo, digno y noble, que garantice a los hombres trabajo, y a la juventud un futuro y a la vejez seguridad. Es con la promesa de esas cosas, que las bestias alcanzaron el poder. Pero mintieron, no han cumplido sus promesas, ni nunca las cumplirán. Los dictadores son libres, sólo ellos, pero esclavizan al pueblo. Luchemos ahora para hacer realidad lo prometido. Luchemos para liberar al mundo, para derribar las barreras nacionales, para derribar la ambición, la intolerancia y el odio. Luchemos por el mundo de la razón. Un mundo donde la ciencia y el progreso nos conduzcan a la felicidad.
¡Soldados, en nombre de la democracia, uníos!
***
Hannah. ¿Me oyes? Dondequiera que estés, alza los ojos Hannah. Las nubes se alejan, el sol está apareciendo, vamos saliendo de las tinieblas hacia la luz. Caminamos hacia un mundo nuevo, un mundo de bondad, en que los hombres se elevarán por encima del odio, de la ambición y de la brutalidad. ¡Alza los ojos, Hannah! Al alma del hombre le han sido dadas las alas y al fin está empezando a volar. Está volando hacia la luz de la esperanza, hacia el futuro, un glorioso futuro que te pertenece a ti, a mí, a todos. ¡Alza los ojos, Hannah!
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