El lenguaje básico de la Revolución de Mayo fue el de 1789: libertad, igualdad, fraternidad, soberanía popular y derechos naturales. No obstante, la influencia no debe juzgarse sólo a la luz del lenguaje. En la práctica, los términos de la revolución no tenían el mismo significado en Buenos Aires que habían tenido en Francia. Las dos revoluciones se llevaban veinte años de diferencia y aunque en el Río de la Plata se debatieron y proclamaron los principios democráticos, el proceso político fue más cauto y menos «popular» que el discurso de la época. Los morenistas estaban listos para propagar las ideas revolucionarias entre los sectores populares, pero concebían la revolución como una fuerza controlada y guiada, no como un movimiento espontáneo. El equilibrio entre tradición e innovación puede apreciarse en la decisión de Moreno de suprimir de su traducción del Contrato social de Rousseau el capítulo sobre la religión, al tiempo que ordenaba la impresión de doscientas copias para su uso como manual para enseñar a los estudiantes «los inalienables derechos del hombre». Las sociedades coloniales no permanecen inmóviles; tienen dentro de sí las semillas de su propio progreso y, en última instancia, su independencia. Este fue el factor silencioso, la metamorfosis que España paso por alto: la maduración de las sociedades coloniales, el desarrollo de una identidad diferente, la nueva era de América. Las señales estaban ahí; las exigencias de igualdad, cargos oficiales y oportunidades eran expresión de una conciencia más profunda, de un sentido de nacionalidad creciente, de la convicción de que los americanos no eran españoles. La experiencia reciente agudizó estas percepciones. Desde 1750 los criollos habían sido testigos de la creciente hispanizacion del gobierno americano; para 1780 eran conscientes de que su espacio político se estaba reduciendo sin ninguna compensación. Si los americanos habían conseguido en otra época acceder a los cargos públicos, negociar cuestiones fiscales y comerciar con otras naciones, si habían experimentado el germen de la independencia y probado sus beneficios, ¿no incidió esto en su creciente conciencia de la patria, en la percepción de su identidad y en el deseo de mayores libertades? ¿Y un regreso a la dependencia no sería considerado como una pérdida y una traición, no sólo a sus intereses materiales, sino a su orgullo como americanos?
Este nacionalismo incipiente era predominantemente un nacionalismo criollo, que no compartían los indios, los negros y los esclavos, los cuales tenían una participación mínima en la sociedad colonial y para quienes la nación era apenas una idea vaga. Este fue el nacionalismo al que dio expresión Juan Pablo Viscardo, el jesuíta peruano que escribiendo desde el exilio y usando el lenguaje dieciochesco de los «derechos inalienables», la «libertad» y los «derechos naturales», apeló a Montesquieu para negar el derecho de la potencia menor (España) a gobernar la potencia mayor (América).John Lyinch